viernes, 4 de mayo de 2012

La historia de la mujer colador

Toda mujer pasa por esta etapa, es la etapa de la mujer colador. Estás tan llena de agujeros que por más agua que eches siempre te quedas vacía. Litros y litros atraviesan tus rendijas para volar al último rincón del olvido. Un manantial no sería suficiente para llenarte. No es una cuestión cuantitativa (la cantidad nunca es suficiente), es una cuestión cualitativa. Por ello, empiezas a probar con todo tipo de bebidas. Pruebas con el dulce zumo de fresas para pasar al amargo tequila. El alcohol cura las heridas pero no los agujeros. No importa lo que cueste, ¿por qué no probar con el cava? Probarás con los vinos de mi tierra pues no los hay mejores, pero aún así, se escaparán por tus rendijas, siempre escurridizos. El problema es que necesitas algo más espeso, más fuerte, más intenso. Podrías probar con purés y papillas, pero a nadie le gustan. Los purés no tienen una textura agradable y tampoco las papillas. Queda otra solución: la espera. Deja el agua, es totalmente inútil: insípida e incolora, no deja huella su paso. Pero la cerveza deja su espuma y la sangría deja su azúcar. Así, poco a poco, sin que apenas seas consciente, se irá acumulando un pequeño poso que taponará cada pequeño hueco. Aunque siga habiendo fugas, serán cada vez más pequeñas para ser bebés y después volver a nacer. Un día se cerraran tus vacíos y dejarás de ser mujer colador, para volver convertida en mujer florero. Entonces sí, te llenarán de agua y podrán crecer en ti las flores.