lunes, 24 de diciembre de 2012

Exquisiteces navideñas

Hoy he ido a comprar. Ir a comprar se refiere a comida, mientras que ir de compras suele referirse a ropa o regalos (exquisiteces de la bella lengua castellana). Mi madre y yo fuimos a Consum como sublevación contra Mercadona. Nuestra fidelidad con el gigante valenciano cayó tras el programa de Salvados. Mi madre no perdona, continúa indignada porque la empresa no cediese la comida a los bancos de alimentos – aunque ahora ya lo haga (¡A buenas horas!).Yo alego también motivos “futuro-profesionales”. Están cansados de decirnos en clase que si la cuenta de Twitter de Mercadona la hubiese gestionado un periodista no hubiese llegado la sangre al río. Pero no, Juan Roig prefirió contratar a un compañero del gremio, a un especialista en marketing. No se preocupe señor Roig, que podrá subsanar su error. Estas navidades los reyes van a traer periodistas para elegir en Valencia… Exactamente, los 1200 periodistas que se quedan de patitas en la calle con el ERE de RTVV

Pero volviendo al tema… Consum estaba emperifollado de pies a cabeza con motivo de su cita navideña. Estaba vestido para seducir. Siguió la regla de la María Isabel de “antes muerta que sencilla”: que si guirnalda por aquí, que si bolitas doradas por allá, lucecitas, campanitas y cutreces varias. Se les olvidó quitar de la puerta al hombre sentado en los cartones, que venía incluido de la campaña prenavideña. Pero era un error sin la menor importancia, total, todo el mundo prefería mirar al enorme árbol dorado que había a la entrada, que era mucho más bonito. Y ahí se quedaba el pobre “niño Jesús” huérfano, en pañales, con la mano extendida, deseando feliz navidad y esperando al buey y la mula para darle calor (no le habrá llegado la noticia de que el Papa dice que ya no existen).

Pero ante todo alegría señores. Los villancicos bien altos: “ande, ande, ande, la marimorena”. De radio nada, que solo dan malas noticias: que si el paro sube como la espuma del champán, que si nos privatizan hasta el oxígeno, que si locos con pistolas… De eso nada. Paz, amor y alegría. 

En primer lugar pasamos por pescados y mariscos. Gambas, cigalas, mejillones, emperador… Las exquisiteces del castellano no son nada comparadas con un supermercado en fechas tan señaladas. Las anguilas ondeaban tras el cristal, tratando de escapar de aquella celda en el corredor de la muerte. Sus compañeros habían corrido peor suerte, que ya yacían inertes sobre el hielo. Yo miraba los carabineros con curiosidad. Lo primero, porque no sabía que eran. Perdonen mi incultura en mariscos, pero desconocía que hubiese gambas con ese nombre. En segundo lugar, me preguntaba quien estaría dispuesto a pagar 60 euros por un quilo de esas gambas. ¿Qué tienen de especial? ¿Por qué los carabineros valen 10 veces más que otras gambas? ¿Acaso no son todas gambas? 

Luego fuimos a la carnicería de Consum. Había más gente que en la guerra. Y menuda variedad: cerdo, pollo, pavo, codornices, ternera… ¡Qué de animales! Estaba allí la fauna entera reunida. Los trabajadores no paraban: cogían la pieza, cuatro cortes bien limpios con un cuchillo bien afilado y listo, ¡a la bolsa! Sangre por la mesa, por herramientas y delantales. 

Entonces pensé que para carnicería, la nuestra, la que se está haciendo con el país. A todo esto ya no se le pueden llamar recortes, esto son cuchillazos a mano armada. Después servidos en la bolsa, y a casa, no sin antes pasar por caja. Que eso sí, nosotros siempre pasamos religiosamente por caja, pagando nuestros impuestos; mientras, otros se van por la salida sin compra con el jamón bajo el abrigo de pieles

Por último pasamos por los turrones. Estas Navidades compraremos turrón en cantidades industriales. Ya que el panorama no se presenta muy halagüeño, trataremos de endulzarlo un poco. Así, al menos, le daremos un sabor agridulce. Aunque a algunos les entren ganas de pegarle un buen pastillazo de turrón de jijona al carnicero. 

¡Coman mucho turrón y no se atraganten con las gambas (no hace falta que sean carabineros)! 

FELIZ NAVIDAD

martes, 20 de noviembre de 2012

Los errores son arte


Primera pregunta: ¿es necesario el arte? Para mí, sin ninguna duda, lo es. Me negaría a vivir en un insulso mundo sin arte y le deseo suerte al valiente que se atreva a intentarlo. Pero ahora viene la pregunta más compleja. ¿Por qué es necesario el arte?

Esto fue lo que se preguntó Hegel. El filósofo llegó a una conclusión que no he podido quitarme de la cabeza en todo el día. La razón de ser del arte es la necesidad del hombre de autorepresentarse para conocerse. El arte, por ser expresión del espíritu, nos proporciona un conocimiento de nosotros mismos que previamente no teníamos.

Parece complicado, pero cuando consigues entenderlo es apasionante. Cuando empiezas a escribir un texto nunca sabes dónde acabarás. Te dejas llevar por el rítmico traqueteo de las teclas, sin saber cuál será el final de la historia. Es así como te topas frente a un texto en el que has escrito sobre sensaciones que no parecían relevantes para ti, pero que por alguna razón han escapado (lo que significa que estaban dentro). Descubres en el texto esperanzas, dilemas, recuerdos perdidos, anhelos y miedos. Es cierto, el arte es un proceso de autoconocimiento, de búsqueda de ti mismo.

El arte es desatarse, explosionar y ver hasta donde se llega, olvidar límites. Es ir siguiendo un hilo, anudado a otro, y seguir su camino hasta perderse en el lugar. Extrapolando a Hegel hasta el extremo, siguiendo un entramado racional hacia lo irracional, he llegado a una conclusión. Muchos de nuestros errores son arte.

Lo más bello es que estos errores son los de nuestra parte irracional, la más puramente humana. Cuando hablo de irracional me refiero a sentir. Dicen que los animales son irracionales, pero para mí el ser humano es el animal más irracional. Una persona cuando piensa es racional, cuando actúa es irracional. Hay un juego de contradicciones dentro de nosotros.

Pero si hablamos de sentir, seamos irracionales. Las pasiones no siguen la lógica, no intentemos secuestrarlas con normas. Lo irracional sigue reglas irracionales. El problema es que la irracionalidad suele llevar al error como compañero. Cada vez que cometa un error, cuando note sutilmente el amargo sabor del arrepentimiento, pensaré que soy una artista. Me dejé llevar, abrí las ventanas a lo que llevaba dentro, me tapé los ojos para no ver lo que hacían mis manos. Me dejé sentir y me autodescubrí. No me equivoqué, solo estaba haciendo una obra de arte. Y uno nunca puede arrepentirse de haber creado arte. 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El pintor que se alimentaba de palomitas



Era un pintor que vivía de los cuadros que no pintaba. Desde pequeño quiso ser artista, pero la originalidad lo esquivaba. Se dedicaba a ver películas, una tras otras, perdido, buscando el refugio de la inspiración. 

Los vecinos creían que era músico porque se alimentaba de palomitas. A todas horas se oía el tamborileo de las palomitas, tratando de escapar de la sartén, o quizás de aquella casa en que la puerta casi nunca se abría. Se estancaba también el ambientador de mantequilla, a veces mezclado con aroma a quemado. Pero el sabor siempre era el mismo, disfrazado en sal. La monótona insipidez en que vivía se maquillaba como sabrosa mar. Como si allí hubiese olas… 

No distinguía de estaciones porque en su casa nunca llovía. Para él la noche era su piso de persianas bajadas, el día era la lámpara única de la mesilla. Más luz lo deslumbraría, y por eso no le gustaba la calle. Los vecinos se sorprendían al ver a aquel desconocido bohemio cruzar corriendo el portal. Siempre con prisas, dirección nada, o hacia el mismo lugar de cada ocaso.

Y así su existencia se perdía entre trazados, nunca firmes, nunca iluminados. Dormía y dormía, pero no soñaba. Creía que vivía, pensaba que respiraba, pero solo expulsaba aire enlatado.

Pero un día escuchó una percusión diferente a las palomitas o el monólogo de la televisión. No supo lo que era. Se acercó a la ventana, subió tímidamente la persiana, se asomó. Nada.  El sonido se repitió. Salió al pasillo, abrió las dos únicas puertas: cocina y baño. Nada. Volvió al comedor. Otra vez un golpe. Supo que era sobre madera. Solo se había dejado una puerta sin revisar, la que nunca utilizaba: la puerta al exterior.

Entonces vino la ilusión. Quizás alguien hubiese escuchado sobre aquel pintor. Sería algún coleccionista que querría comprar uno de sus cuadros. Corrió hacia la puerta, el momento había llegado. ¿Cuánto cobraría? ¿Sería rico? ¿Cómo se cotizaría? Pensó en aquella acuarela que un día casi dibuja. Iba a ser una silla firme, estable, oscura, fría, robusta. Y entonces tropezó con la realidad. Yacía en el suelo, sobre una silla firme, estable, oscura, fría y robusta. El golpe lo despertó. No podía vender el cuadro que nunca había pintado. ¿Y quién iba a querer contratar a un pintor sin pinturas?
Se levantó y sintió miedo. Si no era bueno, era malo. Si no era un cliente, era un ladrón. Se escondió tras el único sillón del comedor esperando que resbalaran los minutos angustiosos en el reloj. La angustia lo escondió a él, hasta hacerlo desaparecer.

Tras el temor, ilusión. Tras el miedo, la pregunta. ¿Quién sería? Sintió una palpitante curiosidad por saber quién había tocado a su puerta. La puerta del pintor perdido de cuadros opacos e invisibles. Se acercó temeroso, se estiró un poco la camisa, se tiró la melena hacia atrás y abrió.
Miró a un lado, miró a otro. Nadie lo miró. Allí habitaba el silencio, nadie más. Habían pasado demasiadas horas. Tuvo que cerrar la puerta, no fuera ser que las palomitas se fueran a escapar. No podía permitirse perder el único latido de aquella casa.

lunes, 29 de octubre de 2012

Jane

Estaba sentada. Miraba al río, o el río la miraba. El aire se agitó, tembló para dar paso al nuevo invitado. Llegaba el silencio móbil, el grito callado.

Ella se giró al oír sus pasos. Lentamente, moviendo solo la cabeza, se asomaba a la ventana de su hombro. Tímidamente, sin tirarse como acostumbraba. Era como agua destilada: diferente, de alguna forma modificada, pero con fuerza para arrastrar molinos. Después devolvió su mirada al agua, privada de todo focalizada en la nada.

- ¿Cómo estás? -él preguntó.
- Sentada.
- ¿Eres tú?
- ¿Recuerdas mi nombre?
- ¿Me extrañas? - atajó él.
- Siempre fuiste extraño - contestó sincera. Y realmente no, no lo extrañaba.

Se levantó y se deslizó. Soportaba su  tacto en cada árbol que tocaba. Perdiendo la mirada haciendo de ella horizontes, hasta que llegó la barca.

Con una sonrisa despidió la nada de recuerdos dispuesta a surcar los vaivenes de aquel cálido mar.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Degradados


Degradados, como unos pantalones con dibujos de lejía. La paradoja de que aquello que se usa para limpiar y deja mancha. Esa búsqueda eterna de la marca. Porque cada persona tiene las suyas, y todos queremos estar abarrotados de ellas. ¿Quién quiere ser un libro muerto cuando su autor lo dejó huérfano? Hay que ser un libro rayado, surcado por líneas que solo el cauce de la vida puede dejar. Que nos subrayen, que nos doblen las esquinas y tomen notas. Hagamos del blanco y negro caligráfico un multicolor. Emborrachémonos en fluorescente. 

martes, 17 de julio de 2012

Fue leyenda


Cerró de portazo el coche, como si así fuera suficiente para que nadie pudiese entrar. Por eso no echó la llave, tan confiada como siempre. La realidad es que quería que entraran y que robaran todo lo que allí quedaba, ella no lo quería, ni lo necesitaba. O eso creía…

                La radio se quedó puesta para poner banda sonora al momento. Cuando ya se alejaba de allí pudo escuchar la cadencia final. Creyó o quiso oír una cadencia plagal, pero era imperfecta. Después, esta dio paso al silencio de sonata de la noche, con acompañamiento de viento-madera y grillo solista.

                Los pasos la condujeron al mar. Era una noche paradójica en la que la arena hervía más que el agua y le abrasaba los pies. Rompían bambollas en el mar y brotaban las olas en la piel. Aunque incluso el aire quemara, se sentía fría. Cuenta la leyenda que aquella noche nació la única lágrima helada. Pero es tan solo una leyenda, porque esto nunca ocurrió. No hay pruebas, la lágrima se licuó y voló vaporosa a la atmósfera. Tampoco hay testigos, y la protagonista se suicidó de amnesia.

                La chica no se desnudó para hacerse al agua. Se sentía pudorosa ante la luna, la arena y las estrellas tan blancas. Se quedó con el pantalón y el fular púrpura. La joven nadó sobre la arena y corrió sobre el mar. Hizo una maratón hasta perderse y solo se distinguía una larga cabellera rizada y oscura, solo un camaleón en aquel mar. La intención era no volver, no dejarse arrastrar. Las olas no cedieron y la llevaron a la orilla contra su voluntad, como Venus sin concha, sin aviso previo a Botticelli.

                La arrastraron violentamente, en una furiosa batalla contra su cuerpo de trapo. La inundaron por dentro, para debilitarla aun más. Cuando llegó a la lengua del mar gateó hasta la arena seca para desplomarse sobre su espalda. Tosió y tosió, tratando de expulsar a la cruel invasora. Aunque aquella fuente se secó y toda el agua salió a la superficie, la riada dejó su cauce de sal al paso. Los granos de sal, como escaladores, se amarraban fuertemente a las paredes de su garganta. Escocía, y ahora también por dentro, se quemaba.

                Trató de llenarse un vaso de aire fresco que la quemaba, pero el aire era libre, no quería ser embotellado. No había remedio, se ahogaba.

                Entonces escuchó el canto de un pajarillo. Un ruiseñor interrumpía su melodía para picotearla la mano, trataba de despertarla cuando ya sus ojos se desplomaban. Él no sabía que la ayudaba a ella, solo clamaba su ayuda. La joven se incorporó, observó a la criatura y vio su ala rota. Sintió lástima, olvidó por un instante sentir lástima de sí misma. Quería ayudarlo y lo haría. Pero entonces la interrumpió una mirada espía. Los ojos amarillos de la lechuza que la acosaban en la oscuridad. Un brillo conocido en aquel océano lúgubre que la distrajo de su nueva misión.

                El ruiseñor volvió a picotearla, reclamando su atención. Huyeron los ojos de la chica de la lechuza para volver al ruiseñor, pero ya no estaba. Ante su sorpresa había un sapo, también con el anca rota. Esta vez nada la distraería. Con cuidado para no asustar a la pequeña criatura, acercó sus manos a él. El sapo saltó al agua, huía. No podía ser, quería ayudarlo: invertir en presente para cerrar deudas de pasado y ganar futuro. Lo buscaría. El mar se había convertido en charca, laguna oscura para los de visión idílica. No importaba, saltó al agua en su busca.

                Entonces el agua de la charca se transformó en una masa animal. El verde agua era ahora una masa de anfibios que saltaban, la rodeaban, la arrastraban, la perseguían, la estiraban. Ella persistía en su búsqueda imposible, jamás lo encontraría y le habría gustado salvar a aquel pobre animal, ya que ella no podían salvarla. Los ojos le escocían en aquella laguna de agua salada, no veía nada en la negrura, no se acostumbraban. Llegó un momento en que era imposible vencer a la marea verde y se rindió. En lo irracional, la salida más racional es petrificar la mente. Una vez más, las olas de aquel mar jugaron con su frágil cuerpo hasta el amanecer.

                Con los primeros rayos de luz la marea se calmó. Logró emerger a la superficie y descubrió que ya no había más sapos. Aquel verde mar era ahora de hojas de parra. Vuelta a casa tras el naufragio. Las olas la habían despojado de todo, hasta de sus ropas. Se arrastró sobre la arena, ahora fina y templada. Y allí reposó, mientras su pecho recuperaba el compás. Protegida por el día, tras una noche de pesadilla.

viernes, 29 de junio de 2012

En la playa


Me gustaría decir que nada de esto ha pasado
Que no es real,
El Titanic no se hundió
 Y nunca se desvanecerá.
Pero no se puede cerrar los ojos
Porque hay heridos
Y puedo oírlos
Ni puedo, ni quiero hacerlos callar.
Puedo entender que hubiese un iceberg
Que el timón fuese lento
O rápido el hielo
Pero, ¿era extremadamente necesario demoler el barco?
En los silencios de la piedra
Se encuentra la lección de vida
De la siempre prohibida
Verdad-amistad.
Todo se perdió en alta mar.
No seré yo quien busque los vestigios
No más astillas flotantes que recuerden la hecatombe.
Quien quiera que reconstruya el coloso
Yo esperaré en la playa, donde toda ola es caricia.
Porque todavía están por contar los heridos
Y quizás la sal empiece a quemar por dentro
al respirar.