Toda mujer pasa por esta etapa, es la etapa de la mujer
colador. Estás tan llena de agujeros que por más agua que eches siempre te
quedas vacía. Litros y litros atraviesan tus rendijas para volar al último
rincón del olvido. Un manantial no sería suficiente para llenarte. No es una
cuestión cuantitativa (la cantidad nunca es suficiente), es una cuestión cualitativa.
Por ello, empiezas a probar con todo tipo de bebidas. Pruebas con el dulce zumo
de fresas para pasar al amargo tequila. El alcohol cura las heridas pero no los
agujeros. No importa lo que cueste, ¿por qué no probar con el cava? Probarás
con los vinos de mi tierra pues no los hay mejores, pero aún así, se escaparán
por tus rendijas, siempre escurridizos. El problema es que necesitas algo más
espeso, más fuerte, más intenso. Podrías probar con purés y papillas, pero a
nadie le gustan. Los purés no tienen una textura agradable y tampoco las
papillas. Queda otra solución: la espera. Deja el agua, es totalmente inútil:
insípida e incolora, no deja huella su paso. Pero la cerveza deja su espuma y
la sangría deja su azúcar. Así, poco a poco, sin que apenas seas consciente, se
irá acumulando un pequeño poso que taponará cada pequeño hueco. Aunque siga
habiendo fugas, serán cada vez más pequeñas para ser bebés y después volver a
nacer. Un día se cerraran tus vacíos y dejarás de ser mujer colador, para
volver convertida en mujer florero. Entonces sí, te llenarán de agua y podrán
crecer en ti las flores.
¿Quién tapará con tierra estos agujeros? ¿Quién pondrá una semilla en cada uno de ellos? ¿Quién despedirá este reguero de pérdidas con la frente alta y la lengua en enredos?
ResponderEliminar