Se sentó en la terraza. Estaba a la sombra mientras los
tulipanes se abrasaban. Aunque hubiese 32 grados ahí afuera, ella abrazaba su
taza de té humeante. Té de mango y papaya con sobre y medio de sacarina.
¡Cuánto abusamos de la sacarina en tiempos de azúcar! Ahora se arrepentía…
Daba vueltas a la cuchara, que dibujaba una danza lenta en
su aquel dulce mar. La sumergía, la giraba y la sacaba a la superficie para que
después volviera el té a la taza en cascada. ¡Qué aguado estaba! ¿Cómo iba a
estar sino si el té era agua? Agua disfrazada, nada más. Tanto había soñado que
ya hacía del té chocolate.
Ensimismada con su taza, con el tintineo de la cuchara y ese
silencio falso de la naturaleza que no calla, el té se acabó. Y ahí se quedó la
taza vacía. Con cuidado la examinó. Solo había un pequeño poso, no
aprovechable, solo una gota. La taza estaba vacía, quizás ella también lo
estaba.
Entonces entendió que el vacío tan solo era la prueba de que
algo había habido en su interior.
Mi escritora, lo tuyo son los microrrelatos sin duda. Lo guardo como uno de mis favoritos, sino el más. Delicadeza.
ResponderEliminarUn saludo, Loba
Me alegra que te guste. Los microrrelatos llegan a la cabeza sin ningún sentido y ellos solos acaban teniéndolo.
ResponderEliminarTú te quedas con la poesía, maestra.
No esta mal, pero tendrás que mejorar si quieres ganarme en el concurso de RNE jejeje .
ResponderEliminarEn serio, muy chulo.
Ni lo había pensado...Además, creo que se queda un poco corto para el concurso.
EliminarNo te duermas en los laureles que te pillo!
Gracias por el comentario, aunque este sea muy diferente a los anteriores ;)